lunes, 21 de noviembre de 2011

El legado de Fischer


Cuando me enteré de la noticia de la muerte de fischer en el 2008 tuve una mezcla de sensaciones: un poco de tristeza, nostalgia y asombro. Tan sólo a sus 64 años -igual que el número de casillas que componen a un tablero de ajedrez- se fue el genio y el loco. Pero por sobre todas las cosas se fue el hombre apasionado que se consumió en su propio medio y bajo sus propias reglas que alimentaron el único fin en su vida: ser campeón mundial de ajedrez.
Este americano de brooklyn abrazó el ajedrez desde niño y se propuso ser el mejor ajedrecista del mundo. Para ello no escatimó tiempo ni esfuerzos - dejó la escuela y hasta aprendió algo de ruso para poder tener acceso a la información ajedrecística de aquél país- su vida fue ajedrez las 24hs ("Todo lo que quiero hacer, siempre, es jugar al ajedrez") y el perfeccionamiento infinito que le permitiera acercarse a su meta.
El ajedrez pagó la dedicación: ganó importantes torneos y eventualmente fue campéon del mundo obteniendo bastante dinero, quebró asombrosos récords y sus caprichos y delirios fueron famosos. Fue reconocido y admirado en el mundo entero, y para muchos ajedrecistas era Dios mismo.
En la vida real el costo que tuvo el ajedrez en la personalidad de fischer fue brutal y lo convirtieron en un fenómeno: huraño, paranoico, con momentos de avidez religiosa, fugitivo de la justicia y siempre obsesivo, encontró en la vida las paradojas que en el mundo del ajedrez no existían.
La historia de fischer tiene la particularidad que es paradójica e intensa por dónde se la mire. Así que el mismo héroe -premiado con la portada de la revista Time- que derrotó a Spassky y a la máquina ajedrecística rusa en el apogeo de la guerra fría en 1972 recibiendo un llamado del propio presidente americano para que fuera posible, fue el que escupió sobre los documentos americanos que le impedían llevar a cabo su match revancha en 1992 en una Yugoeslavia sancionada por la ONU - en su reaparición en el ajedrez- y lo que le valió una orden de arresto.
En la última etapa de su vida en Islandia dónde pasaba la mayoría de su tiempo leyendo libros y evitando gente; le invadía un deseo total de anonimato- pero así también de decepción que no lo reconozcan- encontré una frase del propio Fischer que me pareció reveladora.
Esta frase posee mayor fuerza por tratarse del personaje en cuestión con todos sus desvarios, miserias y glorias de su vida y elucubrada cuando quizá intuía que le quedaba poca cuerda:

‘‘Nothing soothes as much as the human touch.’’ Bobby Fischer

("Nada calma tanto como contacto humano").

Ulysses

Tres años me llevó terminar el Ulises de James Joyce. Apenas lo compré, leí de un tirón la mitad del libro. Luego, por diversas circunstancias, tuve que dejarlo de lado un par de semanas. Cuando lo volví a retomar, me di cuenta que no había retenido NADA de lo que había ocurrido, por lo que opté por recomenzarlo. De más está decir que intentar comprender lo que ocurre página tras página implica un ejercicio de paciencia y concentración bastante importante. Esto es, con seguridad, lo que tanto amaba Cortázar de Joyce.

Para festejar, pues, extraigo una frase del libro, donde uno de los protagonistas define al mar como ningún poeta antes había logrado:

"The snotgreen sea. The scrotumtightening sea." (El mar verde moco. El mar tensador de escrotos.)

Poco que agregar. Una novela con 18 capítulos. Cada capítulo con su propia técnica narrativa, rompiendo con todo lo establecido para su época (1922 es el año de publicación). Una historia que ocurre en un solo día: 900 páginas persiguiendo a dos irlandeses por Dublín el 16 de junio de 1904. Cuesta horrores terminarla (el último capítulo, de unas cincuenta páginas, no tiene ningún signo de puntuación), pero creo que el ejercicio vale la pena.