domingo, 2 de octubre de 2011

La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene.


Podríamos filosofar toda una noche -y más si hay alcohol de por medio- acerca de la vida, la muerte, la existencia y otro tipo de yerbas. Sería fantástico tener la posibilidad de invitarlo a Jorge Luis Borges a un asadito y quedarse en la sobremesa escuchando toda su erudicción destilada en frases como las de la cabecera. Por mi parte le preguntaría -entre muchas otras cosas- si es verdad esa anécdota -en un incidente en el que estuvo involucrado- dónde contestó "He tenido la precaución de ser ciego" mientras era profesor de la facultad en Bs. As.

Por supuesto que también le preguntaría como se le ocurrió la cita de cabecera de este post. Esta fantástica frase reveladora - a la que adhiero en un 100%-; es de gran verdad como pocas y tan difícil de ver para los hombres, tiene un humildad y sencillez que pareciera hablar de algo cuya importancia es menor. La lógica y la simplicidad de la misma recuerda un enunciado abstracto de álgebra al que cuando escuchamos por primera vez nos deja una honda impresión. No se trata de algo que nos pueda gustar o no, está más allá de eso como cualquier verdad. Y encima de yapa, una sensación de tranquilidad que nos brinda todo descubrimiento al que encontramos claro y conciso.
Cada vez que disfrutamos de un día . o cada vez que un día se torna insoportable; cada día que pasa es una acercamiento a nuestro propio fin -que no sabemos cuando llegará- pero sin dudas es más próximo. Aferrarse a la vida y la percepción de infinitud que tenemos como seres vivos hace ver a la muerte como algo anormal -y no como el natural final de un ciclo-. Y no obstante es tan normal en el hombre - como irreal- tener esa sensación de que la vida nunca acaba y la muerte es algo ajeno a nuestra condición. (no porque no sepamos que vamos a morir, sino porque no lo aceptamos como algo natural)
Como si se trataran de los reversos de la misma moneda Borges pone en la mesa nada más y nada menos que a la vida y a la muerte y las reconoce como una imagen espejada.
Como en toda su obra, cada palabra encaja a la perfección como si se tratara de una ecuación matemática y nos recuerda una verdad universal con su particular estilo y elegancia.

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